Uno de los
mayores contribuyentes a la teoría económica contemporánea es sin lugar a dudas
James M. Buchanan, quien es reconocido por muchos estudios en la economía
moderna. Quizá de todos sus trabajos, sus estudios sobre la teoría de la
elección pública (public choice) sean los más famosos e interesantes.
La teoría de la opción
pública trata de explicar cómo interactúan la economía y la política dentro de
un estado. Definiendo que ambas partes operan dentro de un mismo sistema y que
los actores participantes siempre actuarán en primera instancia abogando por
sus propios intereses. Cuando esta teoría fue formulada, allá por los 50’s,
tuvo muchos opositores quienes argumentaban la existencia de un homo economicus y de un homo politicus quienes eran capaces de
anteponer su interés personal por el de algo mayor: el bien común.
Podríamos entrar
en grandes disertaciones sobre si el hombre es bueno o malo por naturaleza, o
sobre si actuamos por razonamiento o interés, pero al final de cuentas esos
puntos son relativos, no son circunstancias fijas sino más bien flexibles, y
por ello es más importante abordar el trasfondo, lo mero bueno por así decir,
de lo que la Buchanan propone en sus estudios.
Si los actores
sólo se interesan si ganan algo ¿Cómo hacer que el sistema funcione? Es más
¿Puede en realidad funcionar? La respuesta está en crear instituciones las
cuales de incentivos a los actores a cambio de que cumplan sus funciones. La
idea es que se motive a los políticos y a los burócratas a ir más allá de sus
funciones si a cambio se les da un incentivo. Suena difícil, y costoso, pero
cabe señalar que no siempre el dinero es el mejor incentivo.
Vámonos a lo práctico
Uno de los
mayores errores en la política de México, y muchos otros países, es el tiempo
frontera de planificación. Es difícil imaginar que un presidente municipal
proyecte a largo plazo, en especial si su periodo de gobierno es de tan sólo 3
años. ¿Qué se puede hacer para que el alcalde de ahora decida planear a futuro
y le pase la estafeta al siguiente? Y sobre todo, le pase la estafeta al
siguiente sin importar el partido del que provenga.
Otro escenario:
los diputados plurinominales. Si de por sí uno nunca termina por sentir que los
diputados y senadores son en realidad representantes nuestros ante la cámara,
menos lo son los plurinominales. Y el sentimiento es incluso mutuo, cómo un
diputado plurinominal puede responder a la voluntad de los ciudadanos, si
quienes lo han puesto en el puesto son los de su mismo partido. El sentimiento
de responsabilidad, es sencillamente,
inexistente.
Conclusiones
Es curioso ver
cómo la teoría que se andaba apenas formando hace unos 50 años es una realidad
hoy en día. La solución propuesta por Buchanan y otros teóricos como Romer
Rosenthal gira en torno a incentivar y castigar a los actores para que cumplan
sus funciones, un poder que debería ser delegado al gobierno (¿Suponemos?), sin
embargo, si el gobierno es capaz de corromperse, delegar esta autoridad
entonces resultaría en un avance nulo.
¿Soluciones? ¿Alguien
se atreve a proponer alguna?
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